Si
dejaras de existir, podría llevarte el desayuno a la cama, esa cama
inexistente, alimentándote y dándome energías placenteras en ayunas de ti. Zumo
de naranja, tocinetas y pan con mermelada. Todo recién hecho, todo muy
reciente, como mi respiración comenzando a acelerarse con tus manos acariciándome
los labios. Todo antes del desayuno, después de nunca dormir, y así me vulneran. Inexistentes, entrelazadas,
por favor.
Encajaremos
salvajemente, y te besaré el brazo para detenerte en mitad de una caricia. Unas
veces para besarte, otras sólo para controlar la marea que causas en mí.
Susurrarás las historias de tus fracasos, y los lloraré si hace falta.
Tan nuevos para mí, y tan empolvados en tus sábanas. Y allí volviéndome egoísta
me sentaré en cada banco de la ciudad a escuchar el primer canto de los pájaros
al amanecer. Ese primer canto, siempre es distinto, como al de un gallo
diciéndome que pronto nos iremos.
Cocinaremos. A veces estaré más dulce, otras más salada. Siempre con
muchos condimentos en mi carácter. Contigo pasará igual. Te ayudaré a hacerlo,
pero antes el vino me ayudará a mí.
Serás capaz de aspirar el vacío habitual de
mis sábados bohemios, acompañándome a comprar libros con olor a realidad, o yendo
a la función que despide al atardecer, eligiendo una película selectivamente,
ninguna que me recuerde a ti, follándome viva después de que leas unas
páginas, después de ver sex and the city, preguntándome como se sentirán esas mujeres al dormir con otros hombres después
de haber perdido a sus esposos en la guerra, despertándome sintiendo que todo
se derrumbó mucho antes de caer dormida. Amarás cada contradicción, cada
sonrisa y cada enfado.

¿Crees
que pido mucho? A veces me canso y me desespero. Y se esconde esa paciencia que
tanto me caracteriza. Te espero, como aquél desdichado maldito esperando que el
veneno detenga su corazón, como aquél quien desea el otoño en pleno febrero,
como ella odiando a febrero, odiando en secreto, subsistiendo en este escenario
blanco y vacío. Te proyecto como se organiza un viaje sólo de ida, con un
plano lleno de cruces en todas las calles que de antemano he pisado contigo,
aunque nunca hayas estado en ellas. Sin ser conscientes hemos paseado con
correa a mi nudo en la garganta, a mi hueco del estómago, a mis mariposas
hambrientas, a mis lágrimas congeladas y a mi necesidad continua de huir en
cada oportunidad que tengo de advertirme más incapaz de huir de mí misma,
rindiéndome de esta suerte al azar. Y es que dijo la certeza el problema igual eres
tú.
Te
concibo como la escritora de mi libro de cabecera, aquel que hizo magia
describiendo una guerra de almohadas que aún no aconteció. Te agiganto como se
hace en los catálogos de moda al contemplar con emoción, te exagero como los
anunciantes de las paradas de autobús: detergentes para ropa sin estrenar y
anuncios de rímmel con pestañas postizas.
Te acomodo entre dos ideas, te acoplo en los pocos huecos que aún me dejas libres, un espacio entre mi presente y tu pasado, en un pedazo de la imaginación que lo tiene todo de ti. En otro tiempo presumí de desahogo espacial, y no tomé nada, ignorando y mirando por encima de tus hombros, sin pensar mucho que me importarías mañana, donde la ventana siempre está abierta para que no dejes de arrojar piedras por si un día, sin querer, te hago llorar y luego de eso me quieres buscar. Ven a cantarme. Tú puedes.
Te idealizo como a un genio muerto en el tiempo, eterna, aunque estas más viva de lo que yo he estado en meses. Lo hago como lo hace cualquiera que se enamora de un personaje, olvidando totalmente al actor que hay detrás. Como a las revoluciones, creyéndote el milagro político que lo cambiará todo, como los fanáticos religiosos a sus dioses de barro y oro.
Te acomodo entre dos ideas, te acoplo en los pocos huecos que aún me dejas libres, un espacio entre mi presente y tu pasado, en un pedazo de la imaginación que lo tiene todo de ti. En otro tiempo presumí de desahogo espacial, y no tomé nada, ignorando y mirando por encima de tus hombros, sin pensar mucho que me importarías mañana, donde la ventana siempre está abierta para que no dejes de arrojar piedras por si un día, sin querer, te hago llorar y luego de eso me quieres buscar. Ven a cantarme. Tú puedes.
Te idealizo como a un genio muerto en el tiempo, eterna, aunque estas más viva de lo que yo he estado en meses. Lo hago como lo hace cualquiera que se enamora de un personaje, olvidando totalmente al actor que hay detrás. Como a las revoluciones, creyéndote el milagro político que lo cambiará todo, como los fanáticos religiosos a sus dioses de barro y oro.
Te hiperbolizo como al amor eterno,
cuatro manos arrugadas que sigan acariciándose entre cuatro paredes repletas de
nada. ¿Cuadros y Esencias?
Más que recuerdos, comodidades y
absurdidades. Se me despegará del esófago esa obsesiva fijación con la
tristeza. Se me despegará. Ella y yo siempre tan juntas, sentadas las dos en el
último asiento del autobús, observándote divertida. Me escondo de ella pensando
en ti, y me divierto tanto. Y a ratos ella quiere esconderse de mí jugando al
escondite, lastimándose entre las rosas con espinas mientras te espiaba a ti,
sangrando pero sin dejar de mirar, siempre tan terca, y masoquista. Soportando,
esperando por más. Se me despegará, incluso aunque quede entre las espinas se
me despegará. Buscando tu nombre en los libros, recordando dónde podía
encontrarte, sí… como si ya vivieras en otros personajes. Letras
insignificantes, en el fondo, como estas, que resultaron ser desgarradoras, un
tanto desagradables, como si ya lo hubieses leído alguna vez, como si siempre
lo pensara. Aunque hicieran el esfuerzo inútil de callarme en tu memoria, y
hallarte callada en la mía.
Te he buscado en mi copa de tequila
dorado, en el humo silencioso que se escapa por mis labios, en otros besos, en
otras camas, en otras manos, en otras palabras, canciones, poesías y te quieros,
todos cómplices. Me dediqué a los simulacros de romanticismo de frialdad, de
una luna de plástico, renuncie a los ascensores ajenos y me perdí en las
escaleras sin luz.
Te
siento. No cuestiones, aunque no haya nada, lo tienes todo. Sigo queriendo.
Quiero abrazos de mar, besos de sal, vueltas con música en la calle, dos
capuccinos para calentar la garganta y callar al mundo; la lluvia que nos
resguardará, tus brazos para perderme, todos los besos y todas las esquina de
las ciudades a las que iremos, bares que descubrir, donde después podré volver
siempre que quiera al escribir. Quererte turbio, dulce, íntimo. Que te pegues a
mi espalda con los dedos bajo mi falda, las respiraciones agitadas, tardes
mirando al techo, sin arrepentimientos, ni culpas, sin menospreciar al tiempo, sintiéndonos
vivas. Vivas.
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Te
sigo sintiendo. Sí, aunque no existas para mí. Aunque siga siendo de noche y yo
siga midiendo las distancias a oscuras. Escribiré canciones para ti. Y primero
habrá cosquillas y tú pondrás la melodía. Con un beso sobre otro comenzaremos
una danza. Mientras chupas mi lengua y me interrumpes jugando con tus senos.
Se me enfriará el corazón escuchándote. Matarás a mi paciencia tocándome. Y las
pocas plantas absorberán toda la luz. Nos robarían el oxígeno, pero nos
sobraría, compartiría el mío para llenar tus pulmones, y me robarías el aliento
mientras entonas a ritmo mi respiración acelerada. Que sigas funcionando igual,
que me sujetes fuertemente a tu temperamento volátil y me mantengas firme, sin dejarme
caer nunca al suelo del baño entre lágrimas. Sería épico.
