martes, 18 de diciembre de 2012

Seguramente.


Si dejaras de existir, podría llevarte el desayuno a la cama, esa cama inexistente, alimentándote y dándome energías placenteras en ayunas de ti. Zumo de naranja, tocinetas y pan con mermelada. Todo recién hecho, todo muy reciente, como mi respiración comenzando a acelerarse con tus manos acariciándome los labios. Todo antes del desayuno, después de nunca dormir,  y así me vulneran. Inexistentes, entrelazadas, por favor.
Encajaremos salvajemente, y te besaré el brazo para detenerte en mitad de una caricia. Unas veces para besarte, otras sólo para controlar la marea que causas en mí.
Susurrarás las historias de tus fracasos, y los lloraré si hace falta. Tan nuevos para mí, y tan empolvados en tus sábanas. Y allí volviéndome egoísta me sentaré en cada banco de la ciudad a escuchar el primer canto de los pájaros al amanecer. Ese primer canto, siempre es distinto, como al de un gallo diciéndome que pronto nos iremos.
Cocinaremos. A veces estaré más dulce, otras más salada. Siempre con muchos condimentos en mi carácter. Contigo pasará igual. Te ayudaré a hacerlo, pero antes el vino me ayudará a mí.
Serás capaz de aspirar el vacío habitual de mis sábados bohemios, acompañándome a comprar libros con olor a realidad, o yendo a la función que despide al atardecer, eligiendo una película selectivamente, ninguna que me recuerde a ti, follándome viva después de que leas unas páginas, después de ver sex and the city, preguntándome como se sentirán esas mujeres al dormir con otros hombres después de haber perdido a sus esposos en la guerra, despertándome sintiendo que todo se derrumbó mucho antes de caer dormida. Amarás cada contradicción, cada sonrisa y cada enfado.
Me quedaré en todas tus estaciones, y te protegeré de todo y nada. Compartiremos el postre, y viajaremos juntas sin salir de la cama. El mundo será distinto bajo las mantas.
¿Crees que pido mucho? A veces me canso y me desespero. Y se esconde esa paciencia que tanto me caracteriza. Te espero, como aquél desdichado maldito esperando que el veneno detenga su corazón, como aquél quien desea el otoño en pleno febrero, como ella odiando a febrero, odiando en secreto, subsistiendo en este escenario blanco y vacío. Te proyecto como se organiza un viaje sólo de ida, con un plano lleno de cruces en todas las calles que de antemano he pisado contigo, aunque nunca hayas estado en ellas. Sin ser conscientes hemos paseado con correa a mi nudo en la garganta, a mi hueco del estómago, a mis mariposas hambrientas, a mis lágrimas congeladas y a mi necesidad continua de huir en cada oportunidad que tengo de advertirme más incapaz de huir de mí misma, rindiéndome de esta suerte al azar. Y es que dijo la certeza el problema igual eres tú.
Te concibo como la escritora de mi libro de cabecera, aquel que hizo magia describiendo una guerra de almohadas que aún no aconteció. Te agiganto como se hace en los catálogos de moda al contemplar con emoción, te exagero como los anunciantes de las paradas de autobús: detergentes para ropa sin estrenar y anuncios de rímmel con pestañas postizas.
Te acomodo entre dos ideas, te acoplo en los pocos huecos que aún me dejas libres, un espacio entre mi presente y tu pasado, en un pedazo de la imaginación que lo tiene todo de ti. En otro tiempo presumí de desahogo espacial, y no tomé nada, ignorando y mirando por encima de tus hombros, sin pensar mucho que me importarías mañana, donde la ventana siempre está abierta para que no dejes de arrojar piedras por si un día, sin querer, te hago llorar y luego de eso me quieres buscar. Ven a cantarme. Tú puedes.
Te idealizo como a un genio muerto en el tiempo, eterna, aunque estas más viva de lo que yo he estado en meses. Lo hago como lo hace cualquiera que se enamora de un personaje, olvidando totalmente al actor que hay detrás. Como a las revoluciones, creyéndote el milagro político que lo cambiará todo, como los fanáticos religiosos a sus dioses de barro y oro. 
Te hiperbolizo como al amor eterno, cuatro manos arrugadas que sigan acariciándose entre cuatro paredes repletas de nada. ¿Cuadros y Esencias?
Más que recuerdos, comodidades y absurdidades. Se me despegará del esófago esa obsesiva fijación con la tristeza. Se me despegará. Ella y yo siempre tan juntas, sentadas las dos en el último asiento del autobús, observándote divertida. Me escondo de ella pensando en ti, y me divierto tanto. Y a ratos ella quiere esconderse de mí jugando al escondite, lastimándose entre las rosas con espinas mientras te espiaba a ti, sangrando pero sin dejar de mirar, siempre tan terca, y masoquista. Soportando, esperando por más. Se me despegará, incluso aunque quede entre las espinas se me despegará. Buscando tu nombre en los libros, recordando dónde podía encontrarte, sí… como si ya vivieras en otros personajes. Letras insignificantes, en el fondo, como estas, que resultaron ser desgarradoras, un tanto desagradables, como si ya lo hubieses leído alguna vez, como si siempre lo pensara. Aunque hicieran el esfuerzo inútil de callarme en tu memoria, y hallarte callada en la mía.
Te he buscado en mi copa de tequila dorado, en el humo silencioso que se escapa por mis labios, en otros besos, en otras camas, en otras manos, en otras palabras, canciones, poesías y te quieros, todos cómplices. Me dediqué a los simulacros de romanticismo de frialdad, de una luna de plástico, renuncie a los ascensores ajenos y me perdí en las escaleras sin luz.
Te siento. No cuestiones, aunque no haya nada, lo tienes todo. Sigo queriendo. Quiero abrazos de mar, besos de sal, vueltas con música en la calle, dos capuccinos para calentar la garganta y callar al mundo; la lluvia que nos resguardará, tus brazos para perderme, todos los besos y todas las esquina de las ciudades a las que iremos, bares que descubrir, donde después podré volver siempre que quiera al escribir. Quererte turbio, dulce, íntimo. Que te pegues a mi espalda con los dedos bajo mi falda, las respiraciones agitadas, tardes mirando al techo, sin arrepentimientos, ni culpas, sin menospreciar al tiempo, sintiéndonos vivas. Vivas.
¿Sigo pidiendo mucho? Saber que ya no habrá huidas sin importar las guerras previas, sin abandonarme para luego agitarnos en sábanas blancas. Que habrá días en que no subiremos las persianas por no querer regresar al mundo real. Días en los que cerraré la ventana de golpe por no querer regresar al pasado. Mientras tú tratas de mirar hacia adentro. Que pronto, entonces, seremos reales en ese mundo.

Te sigo sintiendo. Sí, aunque no existas para mí. Aunque siga siendo de noche y yo siga midiendo las distancias a oscuras. Escribiré canciones para ti. Y primero habrá cosquillas y tú pondrás la melodía. Con un beso sobre otro comenzaremos una danza. Mientras chupas mi lengua y me interrumpes jugando con tus senos. Se me enfriará el corazón escuchándote. Matarás a mi paciencia tocándome. Y las pocas plantas absorberán toda la luz. Nos robarían el oxígeno, pero nos sobraría, compartiría el mío para llenar tus pulmones, y me robarías el aliento mientras entonas a ritmo mi respiración acelerada. Que sigas funcionando igual, que me sujetes fuertemente a tu temperamento volátil y me mantengas firme, sin dejarme caer nunca al suelo del baño entre lágrimas. Sería épico.

Sigo queriendo a alguien que me haga rodar por las calles de su mano, sin importar el tiempo, ni la resonancia de tanto amor rasgado. Quiero tu sonrisa al final del día, las palabras precisas antes de hibernar hasta nuestra próxima vez, esas siempre las tienes en el bolsillo, quiero todo lo que viene, sea dulce o amargo, viene de ti, aunque desgarre mis camisas y me asfixies lentamente. No debería de doler el borrarme la sonrisa tan de golpe, el eco de tus pasos, la mitad de tu sombra en días de tormenta, cuando no te dejo caminar más, tú resguardándote del frío encogiendo tus piernas con tu gorrito hasta las orejas. Quiero dejarte notas de buenos días, y enganchar fotos en la nevera y en la peinadora. Escribirte con mi labial en las ventanas, y en el espejo del baño puede que también. Un camino de pétalos desde tú cama hasta tu primera sonrisa del día. No negociaríamos horarios ni perdones, ni nos temblarían los dedos al escribirnos caricias de amor, te leería al oído, y te pediría cuentos, me darías verdades en una ensalada de inseguridad. Yo me comería mis dudas y te daría libertad y calma. Quiero ternura y arrebatos, y que seas la culpable a muerte por mis sonrisas que me regocijan las mejillas. La música de tus gemidos, tu sonrisa en la oscuridad, lo frágil de los susúrros bajo las sábanas, y la ironía de sentirme hermosa cada vez que me llamas fea.