lunes, 21 de enero de 2013

La casa.

Escocían esos días sin ella. Con un terrible dolor de cabeza y el alma pesandome hasta no poder sostener mis pies. Escribía para olvidarla y olvidándola la encontraba aún más adentro. Perfilaba su nariz y su mirada y hacía mariposas en sus manos con mis pestañas, y allí me encontraba, en esa casa con olores a jazmín y recuerdos de París, que se volverían un invierno interminable con sus besos de despedida.  Todas las veces que nos fuimos de luna de miel, pero nunca hubo boda, volvía a esa casa que se hacía más grande en su ausencia. Baños con esencias de chocolates y café por las mañanas que quería compartir. Hojas de otoño que me decían que nunca terminaba la rumba cuando estaba ella en casa. Las paredes se encogían en sus brazos, y sentía el piso más que nunca debajo de mis pies. Las almohadas volaban dando inicio a las fiestas y contrapunteos  Esa vieja casa que le había quedado, acogedora, paredes de piedras, pisos de madera que rechinaban en cada paso como la cama que descubre a dos viejos amantes. Solo ella conocía nuestros vicios y secretos, penas y pesares, la conocía mejor que yo. Allí en el ático escondí esa primera botella de vino que me obsequiaste del viñedo de una amiga, cuando cumplíamos un mes. Tiempos tan lejanos, que llevo conmigo entre cada pestañeo. Cuando finalmente hubiese muerto y ella escarbase entre las cosas buscando las luces para decorar en navidad, cuando mi ausencia se le hiciera una confusión  un recuerdo borroso, y las capas de polvo hicieran más llevadera mi ausencia, encontraría esa botella con un collar de perlas en su interior, siempre le dije que era mi amada perla. En aquellos días cuando vivíamos de te extraños y besos de ocasión, y ansiábamos el día de nuestro reencuentro consumiendo el reloj, Solía llevar ese collar, ese collar que me hacía sentirla cerca, sentía que me hacía llevar cada lágrima que le había hecho llorar. También encontraría una carta, la última de las tantas,  y solo cuando sintiera que realmente me había ido, serías libre de leer este trozo de papel para así hacerme volver. 


La verdad detesto como quedo este escrito, es de esos que lees y te dan ganas de llorar, pero bueno lo que me sobran son ganas de llorar así que me expuse al ridículo, describiendo una estúpida casa, o mejor dicho, la casa de mis sueños. Y eso de estar muerta y dejarle una carta, que falta de luz, pero encuentro muy cierto todo lo que escribí, siempre he tenido esa encantadora idea de morir primero que los demás. Bueno, esa era la casa de mis sueños, lo comparto con ustedes.