(...) Tenía el corazón en la garganta, recosté mi cabeza
del asiento y ella también. Su nariz estaba a centímetros de la mía. Sabía lo
que venía, nos fuimos acercando poco a poco, ella acercaba su rostro al mismo
tiempo que yo, hasta que mi boca se encontró con la de ella. Cuando sentí sus
labios accionándose contra los míos me desesperé, ella jalaba de mis labios y
yo le metía mi lengua. Sentí que se me iba la vida besándola, mi cuerpo por
dentro ardía en llamas. Ella me tomó de la cintura y para mi felicidad mi blusa
se me había subido por detrás y pude sentir sus dedos quemándome la piel. La deseaba, ella me
deseaba. Mi cuerpo ardía y mis labios me dolían de lo fuerte que me besaba.
-
Tienes la
boca muy pequeña y no te puedo besar bien – Yo sonreí y la besé con ternura.
-
Tu hueles
a perico - Le dije con suavidad
-
¿Qué?
-
Que
hueles a perico
En ese momento se alejó de mí y me asusté, la tomé
del brazo y le pregunté que por qué olía así, ella me preguntó como yo sabía
que olía así y yo le expliqué qué tenía amigos que también andaban por el mundo.
Se quedó callada por un rato y temí haberlo
arruinado todo.
-
Me siento
muy avergonzada
-
No te
sientas avergonzada, ¿no pasa nada ok?
-
No me
siento orgullosa de esto, de verdad perdón.
-
Está bien
– Y así lo sentía, en ese momento solo quería acariciarla – No eres ni la
primera ni la última, ¿Pero por qué lo haces? la nariz se te va a poner
horrible.
-
Lo sé, lo
sé, yo lo voy a dejar. Yo lo voy a dejar es solo que se me presentó esta vez,
no te imaginas, me han pasado muchas cosas. En parte por eso también me alejé
de Mérida. – Me quedé callada viéndola, no la iba a dejar sola, si ella quería
dejarlo yo estaría allí para ella. Me sentí estúpida ante ese pensamiento,
obviamente no la dejaría sola, ella me dejaría a mí. No creo que necesitara a
una recién llegada a su vida como apoyo personal.
-
Está
bien, y le besé la nariz – Ella sonrió ante mi gesto de cariño.
Mi teléfono blackberry se descargó y continuamos
acostadas de frente, yo acariciaba su mano y jugaba con sus dedos, me dijo que
tenía las manos muy suaves, acaricié y caminé con mis dedos sobré los suyos por
un largo rato hasta que ella se quedó dormida y recostó su cabeza sobre mi
regazo, saqué la cobija que llevaba en la bolsa y la abrigué. Pude acariciarle
el cabello, mis dedos se enredaron por detrás de su oreja y dibujaron con
suavidad los bordes de su rostro. Se
veía tan frágil, tenía tantas ganas de protegerla y quedarme para siempre junto
a ella (...)