Hoy la he visto, la he visto de lejos,
su rostro bajó como
un rayo de luz que se apaga al atardecer.
Mis ojos apenas se alimentaron de su belleza.
Era ella, llevaba el pelo recogido, y unos lentes para leer
que curiosamente no
la entorpecían en lo absoluto.
Fueron el silencio y los desgarres de un amor fallecido
los que entorpecieron mis pasos.
Crucé la calle antes de dejar caer mis armaduras
Las gotas sonaron fuerte contra el pavimento
Caminaba tan rápido, había perdido algo que nunca podría
reemplazar
Llovía y yo corría, corría de ella, corría de mis
sentimientos.
Sabía que mi mente la había citado en esa calle, a esa hora,
pero ella había llegado muy tarde
Cuando la sentí lo
suficientemente lejos
me detuve y volteé,
algo adentro de mi deseo que me hubiese seguido.
Cuando las dagas frías son las más dulces,
sueles querer
cortarte a menudo tratando.
Corrí hasta comprar
un par de tacones
Pisé algunas hojas en la plaza Bolivar
y me comí un helado
al sonar las siete en la catedral
De regreso dormía en el bus
mientras gotas muertas empañaban el cristal.
Tenía tantas ganas de llorar,
pero exitosamente no lo hice,
siento que ya no podré llorar más.
¿Para que darle de beber tus lágrimas a alguien que te
sirvió ácido en lugar de vino?
¿Por qué mirar a alguien que ya no te mira?
¿Por qué decidí mojarme bajo la lluvia tratando de sentir?
Sentir algo, aunque fuera mínimo, pero solo hallé vacío.
Así se siente cuando pierdes algo que nunca fue tuyo.
Cuando todas tus
verdades se vuelven una mentira
y ya no sabes en que
creer.
Cuando te sientes tan fea que ni aunque
llevaras un hermoso vestido y esos tacones nuevos
pudieses salir bien parada de aquella situación.
Maldito lunes 9 de septiembre, y maldita mi suerte de verla
y ver a alguien que nunca vi.