Con un gato ronroneando entre mis pies
Con mis mejillas acariciando tus muslos.
Con mi ultimo labial perdiendose
en tus dedos sabor a rosa pastel.
Mi hermoso otoño
Las hojas cambian de colores... comenzamos, terminamos y terminamos y terminamos de nuevo.
martes, 16 de junio de 2015
sábado, 13 de junio de 2015
domingo, 27 de abril de 2014
amapolas de ciudad
http://luciernagasdeciudad.blogspot.com/
Llevaba escondida, en la inconsciencia, una amapola: larguirucha y firme, casi tan viva como el recuerdo de los campos de antaño, que bailaban en sus gafas cuando, aunque despierta, no dejaba de dormir. Las flores le recordaban a las cálidas tardes de domingo que había pasado haciendo ramos silvestres muy cerca del río, hasta poco antes de ver caer el sol. Se daba cuenta de que los rayos iluminaban las espigas doradas que acompañaban a las amapolas en el vaivén del viento, pintando un lienzo infinito de añoranza y felicidad. La llamó una voz. ‹‹Ve con cuidado››, dijo. Y con una sonrisa en la cara, la niña se giró hacia su abuela, que ya había atado un ramillete de flores con el tallo de las mismas.
Todo esto rememoraba Alicia al calor del recuerdo de los juegos de pueblo, uno de los cuales consistía en tirar semillas de avena barbata en la ropa y luego contar las que quedaban enganchadas, símbolo inequívoco de los novios que se iban a tener. Volvió en sí tras unos instantes de desconexión. Alzó la vista y no pudo ver más que el despacho, un par de sillas en las que, más tarde, se sentarían nuevos clientes y un ramo de amapolas coronando el escritorio. Alicia era casi tan cerrada como los libros de la estantería, pero puedo asegurar que ese viaje a los campos de amapolas la hizo sonreír.
¿Que por qué lo sé? Porque esas flores me las regalé a mí.
Llevaba escondida, en la inconsciencia, una amapola: larguirucha y firme, casi tan viva como el recuerdo de los campos de antaño, que bailaban en sus gafas cuando, aunque despierta, no dejaba de dormir. Las flores le recordaban a las cálidas tardes de domingo que había pasado haciendo ramos silvestres muy cerca del río, hasta poco antes de ver caer el sol. Se daba cuenta de que los rayos iluminaban las espigas doradas que acompañaban a las amapolas en el vaivén del viento, pintando un lienzo infinito de añoranza y felicidad. La llamó una voz. ‹‹Ve con cuidado››, dijo. Y con una sonrisa en la cara, la niña se giró hacia su abuela, que ya había atado un ramillete de flores con el tallo de las mismas.
Todo esto rememoraba Alicia al calor del recuerdo de los juegos de pueblo, uno de los cuales consistía en tirar semillas de avena barbata en la ropa y luego contar las que quedaban enganchadas, símbolo inequívoco de los novios que se iban a tener. Volvió en sí tras unos instantes de desconexión. Alzó la vista y no pudo ver más que el despacho, un par de sillas en las que, más tarde, se sentarían nuevos clientes y un ramo de amapolas coronando el escritorio. Alicia era casi tan cerrada como los libros de la estantería, pero puedo asegurar que ese viaje a los campos de amapolas la hizo sonreír.
¿Que por qué lo sé? Porque esas flores me las regalé a mí.
jueves, 24 de abril de 2014
viernes, 11 de abril de 2014
jueves, 10 de abril de 2014
Hay dos estrellas en el cielo que brillan separadas pero con tanta intensidad que me he convencido que brillan para reposar la luz de la otra en silencio. No siempre puedo ver a ambas por que la niebla a veces las oculta. Pero en noches como esta, cuando brillan las dos, miro al cielo y te veo observandome
jueves, 3 de abril de 2014
Eres la pierna con la que tropezar adrede
Y he hecho poesia, en una tarde de abril,
como aquella canción, donde vino a morir el amor.
como aquella canción, donde vino a morir el amor.
No te enamores de una mujer que lee.
No
te enamores de una mujer que lee, de una mujer que siente demasiado, de
una mujer que escribe... No te enamores de una mujer culta, maga,
delirante, loca. No te enamores de una mujer que piensa, que sabe lo que
sabe y además sabe volar; una mujer segura de sí misma. No te enamores
de una mujer que se ríe o llora haciendo el amor, que sabe convertir en
espíritu su carne; y mucho menos de una que
ame la poesía (esas son las más peligrosas), o que se quede media hora
contemplando una pintura y no sepa vivir sin la música. No te enamores
de una mujer a la que le interese la política y que sea rebelde y
vertigue un inmenso horror por las injusticias. Una a la que le gusten
los juegos de fútbol y de pelota y no le guste para nada ver televisión.
Ni de una mujer que es bella sin importar las características de su
cara y de su cuerpo. No te enamores de una mujer intensa, lúdica y
lúcida e irreverente. No quieras enamorarte de una mujer así. Porque
cuando te enamoras de una mujer como esa, se quede ella contigo o no, te
ame ella o no, de ella, de una mujer así, JAMAS se regresa.
Martha Rivera-Garrido
Suscribirse a:
Entradas (Atom)