viernes, 20 de septiembre de 2013

La mejor razon para no terminar una poesia

Mi papá me ha llegado con una maquina de escribir
Se han de imaginar mi alegria, el tema de los acentos
me hes realmente molestoso
pero aun asi lo primero que quise escribir
fue una poesia

¿Qué contar?
Entonces recordé perfectamente
el primer día del resto de mi vida:
no hizo falta llorar para coger oxígeno,
todo lo contrario,
bastó cerrar los ojos, y mirarla
 para empezar a respirar.
A caminar aprendí yo sola
entre las 07:00 y las 2:50 de la noche,
aunque he de admitir,
que a veces perdía el equilibrio y
mis manos buscaron la farola más cercana
para seguir en pie, sus ojos.
Lo más extraño de todo fue mi capacidad
para hablar:
absolutamente nula, absurda, incoherente.
Ni siquiera estoy segura
de si saludé al amor de mi vida
cuando por fin la tuve enfrente
o me limité a tartamudear, sonreír
y bajar la mirada.
Desaprendí todo lo que había aprendido
a lo largo de mi huida,
y cuando digo todo,
es todo:
de repente,
era la primera vez que pisaba Mérida de noche,
la primera vez que mis pies bailaban con una extraña,
y la primera vez que hacía el amor.
Desde entonces,
he nacido más veces
de las que cualquier mortal podría vivir,
y he muerto en sus manos, en sus ojos  y en su boca,
un número aproximado
a esos matemáticos que ni idea de como explicar,
-la cifra exacta de tal valor
es un calculo continuo- o algo así lei en estadística
Algo así como mezclar un corazón
que no aprende de errores
con otro que vive en el recuerdo
de lo que le dolió cometerlos,
como mezclar un sueño continuo
y una realidad paralela,
ganas de volar
con vértigo,
o la P con la M,
para obtener una poesía inconclusa.
Mojada al final con una lágrima
y secada en papel con un suspiro.
Claro está que no era el amor de mi vida
¿o acaso el vivir sin ella cuenta?
pero cierto es que era una de esos amores
de Sabina, que te da poesía y vida.