Amanece que no es poco
Siempre pensé que el mundo iba a
terminar el día que dijeras basta, que no iba a ser capaz de encontrar a nadie
que pudiera ofrecerme una milésima parte de lo que tú me dabas cuando me
sentaba a tu lado y me perdía en tu mirada. Y sin embargo ya han pasado una infinidad de amaneceres desde tu partida y el sol sigue saliendo cada día.
Lo admito, no fue fácil aceptar
que ya no esperaba tus llamadas y que tu lado de la cama, ese que nunca tuviste, había quedado vacante
por tiempo indefinido, hice como que no me importaba y, en cierto sentido,
seguí viviendo como si nada aunque todos los remolinos del mundo se agitaran en
mi interior.
Fue una condena tratar de abrazar
un recuerdo que se alejaba inexorable mientras otras me besaban y un error
tratar de buscarte en otros cuerpos. ¿Pero qué iba a hacer? ¿Aceptar que te
habías ido sin más? No. Mi orgullo lo podía todo. Y lo mataba.
Sin darme cuenta conocí la apatía.
Nadie era capaz de conmoverme ni de hacerme sonreír. Hasta salir de casa dolía
porque sabía que al volver no estarías, ya no estaría nisiquiera ese sentimiento de pertenencia rota que alguna vez me acobijó hacia ti. Me arrepiento de las
historias que pudieron ser y no fueron porque me negaba a aceptar que el cuento
había terminado. Me arrepiento de los corazones que partí porque el mío estaba
tan roto que hasta dudaba de que alguna vez hubiera estado ahí. Se me quedaron dentro
todos los silencios que hacían cosquillear mis dedos. Hoy sé que eso también fue un error porque
todo lo que vivimos acaba convirtiéndonos en lo que somos.
No te odio. No puedo sentir odio
a pesar de que apagaras la luz al salir y yo no fuera capaz de encontrar el
interruptor. En cierto modo soy ahora más fuerte y eso siempre es de agradecer.
Pero una cosa me quedó pendiente: ojalá me hubieras devuelto todos los abrazos
que te di y que tanto necesité cuando te fuiste, pero de eso también saqué una
lección: mejor que regalar las alas a alguien es enseñarle a volar.
Por suerte a mí no se me ha
olvidado. Quizás ande un tiempo perdida y me consiga a tus amigas mirandome como bicho raro cuando tarareo una canción que alguna vez me cantaste. Y aún lloro a lágrima suelta cuando recuerdo como me hiciste sentir la culpable total de haberlo arruinado todo, por celosa e insegura, por insuficiente de amor a nosotras. Entonces me limpio las lágrimas y busco adentro de mi alguna historia mia en la que hubiese amado tanto y tenido menos miedo y no la consigo. Aún así me limpian las mejillas y me sonrien y yo no abrigo esperanzas de que me hagan sentir única y especial. Las flores que crecen en el desierto ya son únicas en su especie. El cielo nostálgico sin
atreverme a levantar los pies del suelo, pero es hermoso saber que con sólo
extender los brazos tienes infinidad de posibilidades a tu alrededor. Una
cantidad inconmensurable de sueños para usarlos de combustible.