viernes, 1 de febrero de 2013

La visita de la noche.

Ahora que partías es que apareciste más visible que nunca. Usabas gafas de sol bajo una nube gris, te los quitaste, encendiste un cigarro y no traías la distracción, me ves tan de cerca y me estremezco. Mi teléfono me hizo olvidar mis modales, y regalarte una rosa manchada de silencio. Ni aún viniendo de tan lejos, caminaste todas las estrellas y te saltaste mi vacío. Sientes mucho de nada, siento mucho de ti, redimes tu antigua deuda con mis espinas clavadas entregándome tu mar, y fue preciso que atravesaras velozmente los cielos de aquella noche, pero te posaste en cada roca, como una sirena soltando su melena, y luego viniste a colocar tu lengua en mi apacible boca. Y la noche, cuan larga afortunada, comenzó y terminó en tu desnudez. La amé por ser mía y no me bastó que durará apenas un instante. La belleza de su cuerpo cae sobre mi. Quédate un poco más mientras te abrazo, ya después todo perderá sentido. No me encontrarás y me querrás reescribir sobre letras en palme,  yo te seguiré dando páginas en blanco.