Ahora que partías es que apareciste más visible que nunca. Usabas gafas de sol bajo una nube gris, te los quitaste, encendiste un cigarro y no traías la distracción, me ves tan de cerca y me estremezco. Mi teléfono me hizo olvidar mis modales, y regalarte una rosa manchada de silencio. Ni aún viniendo de tan lejos, caminaste todas las estrellas y te saltaste mi vacío. Sientes mucho de nada, siento mucho de ti, redimes tu antigua deuda con mis espinas clavadas entregándome tu mar, y fue preciso que atravesaras velozmente los cielos de aquella noche, pero te posaste en cada roca, como una sirena soltando su melena, y luego viniste a colocar tu lengua en mi apacible boca. Y la noche, cuan larga afortunada, comenzó y terminó en tu desnudez. La amé por ser mía y no me bastó que durará apenas un instante. La belleza de su cuerpo cae sobre mi. Quédate un poco más mientras te abrazo, ya después todo perderá sentido. No me encontrarás y me querrás reescribir sobre letras en palme, yo te seguiré dando páginas en blanco.